Licenciatura en Economía del Desarrollo Universidad de Quilmes

¿Encadenados o convergentes? Cadenas de valor, comercio y desarrollo

Por Germán Herrera Bartis* 

 

Daniel Schteingart –docente de la carrera de Economía del Desarrollo de la UNQ– escribió recientemente una interesante réplica a una nota publicada por La Nación que predicaba la importancia de las cadenas globales de valor (CGV) y la necesidad de que nuestra economía se integrara rápidamente a ellas para crecer. Daniel explicaba, a contramano del mensaje simplista que se desprendía del artículo de La Nación, que la evidencia empírica no respalda la existencia de una correlación directa entre el nivel de desarrollo de un país y su participación en las CGV. En cambio, un aspecto que sí se repite en la historia de los países más prósperos es que implementaron con éxito políticas comerciales, industriales y de ciencia y tecnología que elevaron su productividad, impulsaron el surgimiento de nuevas actividades y potenciaron sus capacidades exportadoras.

¿Cuáles son los supuestos y los mecanismos causales que subyacen a las posiciones enfrentadas en esta discusión? Más allá de la jerga novedosa que rodea al debate sobre las CGV, la disputa de fondo tiene un largo recorrido. Lo que se discute, en definitiva, es si la desregulación económica (incluyendo la liberalización comercial) tiende a acelerar el crecimiento de las zonas atrasadas del mundo y, de ese modo, equilibrar los niveles de desarrollo entre los países o, en cambio, tiende a acrecentar las diferencias. Es el debate sobre la “convergencia”, o su contracara, la “divergencia”.

La visión económica dominante sostiene que el capitalismo desregulado garantiza la convergencia hacia el desarrollo: tarde o temprano, todas las economías tendrán niveles de ingreso similares a los de los países avanzados. ¿Cuáles son las fuerzas económicas que llevarían a la convergencia? Se trata, esencialmente, de un “efecto derrame”. Robert Lucas, tal vez el mayor exponente vivo de la doctrina neoclásica, lo explica en este artículo.

Su argumento básico es que: a) las “ideas” (i.e. la tecnología, los métodos de producción, las habilidades laborales, etc.) pueden copiarse libremente y, por tanto, los países atrasados tenderán a apropiarse de las mejores prácticas de los países ricos; ii) lo mismo vale para las políticas públicas: los gobiernos de los países subdesarrollados acabarán por copiar las medidas y las instituciones “buenas” vigentes en el mundo desarrollado; y iii) como se nos explica en cualquier manual de microeconomía, el capital enfrenta rendimientos decrecientes: a mayor concentración del mismo, menor rendimiento productivo y menor ganancia económica, lo que ofrece un incentivo natural a la inversión (productiva y de cartera) para migrar desde las zonas ricas a las zonas atrasadas del mundo, donde el capital es menos abundante. El mensaje político del modelo neoclásico es inequívoco: la especialización sobre la base de ventajas comparativas junto a la desregulación del comercio y la circulación del capital –en un entorno de instituciones que protejan los derechos de propiedad– acabarán por eliminar las desigualdades económicas entre los países, es decir, resolverán el subdesarrollo.

No basta con copiar. La réplica al relato ortodoxo se ha venido construyendo desde hace al menos unos 70 años, cuando surge la teoría del desarrollo económico como una impugnación crítica de los postulados tradicionales. Desde entonces, distintas vertientes heterodoxas objetaron los supuestos y las inferencias de la doctrina neoclásica. Con la especialización y el libre comercio no todos ganan. Lo que se produce –y cómo se produce– no es neutral en materia de desarrollo. La innovación y el progreso tecnológico no se dan por generación espontánea sino que se vinculan directamente con las características y la complejidad del entramado productivo de un país. Además, debido a restricciones formales e informales, la tecnología –y, más genéricamente, el conocimiento– no fluye libremente, por lo que no resulta trivial dónde y cuándo se inducen las innovaciones. No basta, por otra parte, con replicar las políticas y las instituciones hoy vigentes en los países ricos para unirse al club del desarrollo: como sostenía Hirschman –en su crítica a la “monoeconomía” ortodoxa– se requieren medidas diferentes frente a problemas económicos distintos. Finalmente, el capital –y el crecimiento económico como un todo– no enfrenta necesariamente rendimientos decrecientes. La inversión, el desarrollo tecnológico, las nuevas capacidades productivas, el progreso material y el aumento de los ingresos suelen retroalimentarse mutuamente, generando círculos virtuosos de riqueza y desarrollo. En este esquema dinámico propio de las economías desarrolladas, el capital se garantiza una diversificación hacia nuevas actividades y productos que encuentran demanda y generan nuevos beneficios. Lo opuesto vale para las economías atrasadas, caracterizadas por las llamadas “trampas de pobreza o de subdesarrollo”. En definitiva, según las visiones críticas a la doctrina económica neoclásica, no existen fuerzas equilibradoras automáticas que garanticen un escenario de convergencia de ingresos entre países ricos y pobres.

¿La fragmentación creciente de la producción que caracteriza a las CGV altera los términos del debate? No en lo sustancial. El discurso dominante sigue sosteniendo que la especialización (devenida en hiperespecialización), la apertura comercial irrestricta y, en general, la desregulación económica motorizan el desarrollo. Se requiere pragmatismo para no quedar aislados del mundo: cada país deberá hacer lo necesario para seducir a los inversores e insertarse en las CGV haciendo aquello en lo que es bueno y competitivo. Por su parte, los economistas críticos subrayan que las CGV no son homogéneas en sus distintos eslabones, sino que presentan una estructura asimétrica y jerárquica. La idea de un producto Made in the world puede proyectar una ilusoria imagen de solidaridad y colaboración horizontal, pero en algún lugar ese producto fue ideado y diseñado, en otro se fabricaron sus componentes críticos, mientras que en otro sitio más se llevaron a cabo las tareas más estandarizadas –y, a veces, contaminantes– de su elaboración. No resulta indiferente ubicarse en una u otra fase de la CGV: no se requieren tecnologías, conocimientos ni habilidades equivalentes en cada segmento, por lo que no se agrega la misma cantidad de valor ni se pagan los mismos salarios en cada secuencia del proceso. El desafío, entonces, no pasa tanto por insertarse en las CGV a cualquier costo sino por ascender hacia los segmentos más complejos (upgrading), lo cual, como sostienen William Milberg y Deborah Winkler en este libro de aparición reciente, requiere una combinación de políticas públicas y estrategias empresariales orientadas a superar el patrón de especialización tradicional dictado por las ventajas comparativas y evitar el equilibrio estático que propone la teoría tradicional del comercio.

Finalmente, en paralelo a la discusión conceptual, vale la pena observar la evidencia empírica. En los últimos dos siglos, la brecha de ingreso medio entre las regiones atrasadas del mundo y los países más ricos se acrecentó. Ese escenario de divergencia no se modificó en los últimos 50 años, cuando los movimientos de capital entre países se intensificaron enormemente y el comercio internacional pasó de representar el 17% del PIB global a superar el 50% (ver gráficos al final del texto). En ese período la mayoría de las regiones subdesarrolladas del mundo mantuvieron o incrementaron la brecha de PIB per cápita que las separa de los Estados Unidos (una comparación alternativa con Europa Occidental no altera la tendencia). La excepción la constituye Asia, una singularidad construida sobre la base de un conjunto de gobiernos desobedientes de las recomendaciones de política económica ortodoxa. En el plano de la distribución personal del ingreso tampoco hay pruebas que revelen una mayor igualdad en el mundo, sino más bien todo lo contrario. De acuerdo a la influyente Oxfam International, el 1% más rico de la población mundial posee hoy más riqueza que la suma del 99% restante de las personas (ver informe). Así, desde la evidencia empírica, la mayor fragmentación productiva, la aceleración del comercio y la fluidez de movimiento del capital transnacional no parecen haber alentado hasta ahora un escenario de mayor desarrollo y equidad a escala global.

*Profesor e investigador de (UNQ)

¿Convergencia o divergencia durante los últimos 50 años?
Evolución (y ratios) del PIB per cápita (US$ PPA) – 1960-2010

Estados Unidos y América Latina

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Fuente: elaboración propia en base a datos de Maddison

Estados Unidos y África

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Fuente: elaboración propia en base a datos de Maddison

Estados Unidos y Europa del Este

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Fuente: elaboración propia en base a datos de Maddison

Estados Unidos y Asia

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Fuente: elaboración propia en base a datos de Maddison